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Ver la versión completa : Maravilla blanca en la costa almeriense



ilis
20/02/2014, 22:25
BASTA YA

A finales de los años cincuenta, Mojácar no tenía un aspecto muy alagüeño. Muchos de sus vecinos habían emigrado y algunas casas estaban a punto de derrumbarse. Sin embargo, a principios de los sesenta, y gracias a una iniciativa de un alcalde de la época (el Ayuntamiento cedió terrenos gratuitamente a quienes rehabilitaran casas en ruinas), se emprendió un proceso de recuperación que, no sólo valió a Mojácar el Premio Nacional de Embellecimiento y Mejora de Pueblos de 1966, sino que hizo de él un destino turístico reconocido fuera de España.

Sus casas de líneas cuadriculadas y de un blanco reluciente, y su emplazamiento en la cima de una colina, protegida por la sierra Cabrera y a escasa distancia del mar, le otorgan una imagen inconfundible.

Inconfundible es también el Indalo, estilizado muñeco que sujeta lo que para muchos es un arco irirs y símbolo de Mojácar. La imagen (relacionada con los dibujos prehistóricos de la cueva de los Letreros, cerca de Vélez Rubio) adorna todavía muchas fachadas del pueblo, pues la leyenda cuenta que aleja desgracias y protege de las tormentas.

Gracias a su elevado emplazamiento, la encalada Mojácar goza de vistas impresionantes. Desde el mirador de la plaza Nueva se divisa la colina donde estuvo Mojácar la Vieja, su primer asentamiento. Y más arriba, desde otro genial observatorio, el del Castillo, se otea buena parte del litoral almeriense y la vecina Murcia.

Fenicios, cartagineses, griegos y romanos pasaron por este lugar en algún momento de la Historia. Sin embargo, fueron los musulmanes quienes más huellas dejaron en Mojácar. Sus empinadas cuestas, sus estrechas callejuelas o los restos de la muralla con un arco que marcaba la puerta de la ciudad, son para recorreslos a pie; aunque ello compote un considerable esfuerzo, debido al fuerte desnivel. Mucho más duro resultaba antaño para las mujeres mojaqueras que, ataviadas con sus trajes típicos y unos pañuelos que les trataban parte del rostro, bajaban a lavar a la vieja fuente árabe de los doce caños (ahora restaurada), o subían desde ella portando sobre sus cabezas cántaros rebosantes de agua fresca.

Refrescantes son también los baños que el viajero puede darse en los más de quince kilómetros de playas. Las hay para todos los gustos, desde animadas extensiones de arena, plagadas de chiringuitos y dotadas con todos los servicios, hasta calas solitarias y sin alterar, reservadas en algunos casos a los amantes del naturismo.

Pero entre baño y baño conviene hacer una excursión hacia el interior. Nos dejamos atrás el bello pueblo de Turre para llegar a los Yesos de Sorbas, un espectacular paisaje cárstico con cuevas naturales sin senderos ni iluminación, pero fáciles de recorrer.

Tras la excursión de algo más de una hora por lar grutas de yeso, regresamos al litoral, que desde Mojácar hasta la frontera con Murcia combina playas arenosas con acantilados. No en vano las sierras Cabrera y Almagrera llegan hasta el mar y otorgan a este rincón almeriense una singular personalidad.

Siguiendo la costa, adornada con las desembocaduras de los ríos Aguas, Antas y Almanzora, llegamos a Garrucha. El antiguo pueblo de pescadores está vestido hoy con casa unifamiliares, un precioso paseo marítimo y tabernas que ofrecen ricos pescados y mariscos, entre ellos las gambas rojas que cada atardecer se subastan en la ajetreada lonja.

Después viene Vera. Además de sus excelentes playas, el municipio conserva la sobria iglesia de la Encarnación, construida con aires de fortaleza en el siglo XVI, y la plaza de toros, una de las más antiguas del país. El olor a azahar conduce hasta los naranjales de Antas, cuna de la cultura del Argar, pionera en la edad del bronce en España. Desde la azotea de un cortijo divisamos la sierra Almagrera, cuya riqueza mineral impulsó el desarrollo de muchos pueblos de la zona. El caso de Cuevas de Almanzora es uno de los más emblemáticos.

Tras el descubrimiento de un filón de plata a principios del siglo XIX, muchos vecinos de Cuevas se enriquecieron y levantaron elegantes mansiones con bonitos enrejados y patios interiores. Pero su principal edificio es el castillo del siglo XVI que acoge el Museo Arqueológico, con objetos de yacimientos cercanos, como el de Fuente Alamo. También sobresale la iglesia de la Encarnación, levantada sobre una mezquita árabe. Más rústicas son las cuevas que hacen honor al pueblo; fueron habitadas desde antiguo, y algunas incluso han sido remodeladas y tienen inquilinos. Aunque algo queda de la actividad minera, hoy la población se dedica a la agricultura, y su entorno sufre la decoración de los invernaderos.

Bordeando el río Almanzora hacia el mar, llegamos a la carretera que corre paralela a la sierra Almagrera y a un litoral rocoso donde se cuelan tranquilas calas, la isla de los Terreros, habitada por varias especies de aves, y playas como La Carolina o San Juan de los Terreros, en las que los aficionados a los deportes acuáticos tienen varias opciones.

Cruzamos la frontera murciana para concluir la ruta en Aguilas. El pueblo está presidido por la fortaleza de San Juan de las Aguilas, levantada en lo alto durante el siglo XVI para defenderse de los ataques piratas y, por tanto, dotada de increíbles vistas.

En el paseo por esta ciudad de animados carnavales no pueden faltar los edificios que rodean la plaza de España. Pero los principales atractivos de esta población murciana son su agradable clima y su entorno natural. En él hay magníficos parajes, como El Hornillo, desde donde se puede divisar la vecina isla del Fraile, la playa de Calabardina, o el Cabo Cope, desde hace poco un espacio protegido con espectaculares paisajes sobre los cuales vuelan las águilas perdiceras.


Por la vida, ilis

LOS RAYOS
23/02/2014, 08:28
BASTA YA

A finales de los años cincuenta, Mojácar no tenía un aspecto muy alagüeño. Muchos de sus vecinos habían emigrado y algunas casas estaban a punto de derrumbarse. Sin embargo, a principios de los sesenta, y gracias a una iniciativa de un alcalde de la época (el Ayuntamiento cedió terrenos gratuitamente a quienes rehabilitaran casas en ruinas), se emprendió un proceso de recuperación que, no sólo valió a Mojácar el Premio Nacional de Embellecimiento y Mejora de Pueblos de 1966, sino que hizo de él un destino turístico reconocido fuera de España.

Sus casas de líneas cuadriculadas y de un blanco reluciente, y su emplazamiento en la cima de una colina, protegida por la sierra Cabrera y a escasa distancia del mar, le otorgan una imagen inconfundible.

Inconfundible es también el Indalo, estilizado muñeco que sujeta lo que para muchos es un arco irirs y símbolo de Mojácar. La imagen (relacionada con los dibujos prehistóricos de la cueva de los Letreros, cerca de Vélez Rubio) adorna todavía muchas fachadas del pueblo, pues la leyenda cuenta que aleja desgracias y protege de las tormentas.

Gracias a su elevado emplazamiento, la encalada Mojácar goza de vistas impresionantes. Desde el mirador de la plaza Nueva se divisa la colina donde estuvo Mojácar la Vieja, su primer asentamiento. Y más arriba, desde otro genial observatorio, el del Castillo, se otea buena parte del litoral almeriense y la vecina Murcia.

Fenicios, cartagineses, griegos y romanos pasaron por este lugar en algún momento de la Historia. Sin embargo, fueron los musulmanes quienes más huellas dejaron en Mojácar. Sus empinadas cuestas, sus estrechas callejuelas o los restos de la muralla con un arco que marcaba la puerta de la ciudad, son para recorreslos a pie; aunque ello compote un considerable esfuerzo, debido al fuerte desnivel. Mucho más duro resultaba antaño para las mujeres mojaqueras que, ataviadas con sus trajes típicos y unos pañuelos que les trataban parte del rostro, bajaban a lavar a la vieja fuente árabe de los doce caños (ahora restaurada), o subían desde ella portando sobre sus cabezas cántaros rebosantes de agua fresca.

Refrescantes son también los baños que el viajero puede darse en los más de quince kilómetros de playas. Las hay para todos los gustos, desde animadas extensiones de arena, plagadas de chiringuitos y dotadas con todos los servicios, hasta calas solitarias y sin alterar, reservadas en algunos casos a los amantes del naturismo.

Pero entre baño y baño conviene hacer una excursión hacia el interior. Nos dejamos atrás el bello pueblo de Turre para llegar a los Yesos de Sorbas, un espectacular paisaje cárstico con cuevas naturales sin senderos ni iluminación, pero fáciles de recorrer.

Tras la excursión de algo más de una hora por lar grutas de yeso, regresamos al litoral, que desde Mojácar hasta la frontera con Murcia combina playas arenosas con acantilados. No en vano las sierras Cabrera y Almagrera llegan hasta el mar y otorgan a este rincón almeriense una singular personalidad.

Siguiendo la costa, adornada con las desembocaduras de los ríos Aguas, Antas y Almanzora, llegamos a Garrucha. El antiguo pueblo de pescadores está vestido hoy con casa unifamiliares, un precioso paseo marítimo y tabernas que ofrecen ricos pescados y mariscos, entre ellos las gambas rojas que cada atardecer se subastan en la ajetreada lonja.

Después viene Vera. Además de sus excelentes playas, el municipio conserva la sobria iglesia de la Encarnación, construida con aires de fortaleza en el siglo XVI, y la plaza de toros, una de las más antiguas del país. El olor a azahar conduce hasta los naranjales de Antas, cuna de la cultura del Argar, pionera en la edad del bronce en España. Desde la azotea de un cortijo divisamos la sierra Almagrera, cuya riqueza mineral impulsó el desarrollo de muchos pueblos de la zona. El caso de Cuevas de Almanzora es uno de los más emblemáticos.

Tras el descubrimiento de un filón de plata a principios del siglo XIX, muchos vecinos de Cuevas se enriquecieron y levantaron elegantes mansiones con bonitos enrejados y patios interiores. Pero su principal edificio es el castillo del siglo XVI que acoge el Museo Arqueológico, con objetos de yacimientos cercanos, como el de Fuente Alamo. También sobresale la iglesia de la Encarnación, levantada sobre una mezquita árabe. Más rústicas son las cuevas que hacen honor al pueblo; fueron habitadas desde antiguo, y algunas incluso han sido remodeladas y tienen inquilinos. Aunque algo queda de la actividad minera, hoy la población se dedica a la agricultura, y su entorno sufre la decoración de los invernaderos.

Bordeando el río Almanzora hacia el mar, llegamos a la carretera que corre paralela a la sierra Almagrera y a un litoral rocoso donde se cuelan tranquilas calas, la isla de los Terreros, habitada por varias especies de aves, y playas como La Carolina o San Juan de los Terreros, en las que los aficionados a los deportes acuáticos tienen varias opciones.

Cruzamos la frontera murciana para concluir la ruta en Aguilas. El pueblo está presidido por la fortaleza de San Juan de las Aguilas, levantada en lo alto durante el siglo XVI para defenderse de los ataques piratas y, por tanto, dotada de increíbles vistas.

En el paseo por esta ciudad de animados carnavales no pueden faltar los edificios que rodean la plaza de España. Pero los principales atractivos de esta población murciana son su agradable clima y su entorno natural. En él hay magníficos parajes, como El Hornillo, desde donde se puede divisar la vecina isla del Fraile, la playa de Calabardina, o el Cabo Cope, desde hace poco un espacio protegido con espectaculares paisajes sobre los cuales vuelan las águilas perdiceras.


Por la vida, ilis




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