Fria, feia, forte y farta

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    • 26 jul, 2005
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    • SANT PERE DE VILAMAJOR(Barcelona)

    Fria, feia, forte y farta

    BASTA YA

    Entre el Duero y el Tajo, encajados entre los espolones graníticos de la portuguesa Serra da Estrela, quedan paisajes sin apenas la intervención humana, pequeñas ciudades medievales, tradiciones y artesanías milenarias y una cortesía antigua. A estas tierras de la Beira Alta se entra desde Salamanca; o mejor aún, desde Ciudad Rodrigo. Al otro lado, Guarda protege la frontera. Su nombre anuncia una ciudad construida en la Edad Media para protegerse de los españoles.

    De Guarda dicen los portugueses que es “fría, feia, forte y farta”. Lo de “fría” no se discute en invierno, siendo como es, a 1.000 metros, la ciudad más alta de Portugal, lo de “feia” (fea) es otro cantar, porque atractivos no le faltan: tiene un bello conjunto medieval y conserva gran parte del recinto amurallado en perfecto estado, además de buenas muestras de arte religioso y nobiliario y una judería con rancio sabor a la que antiguamente sólo se podía acceder por dos calles.

    “Forte” (fuerte) lo es en su catedral, un bloque de granito con aires de castillo que por color y textura, parece surgido del roquedal sobre el que se alza. Apenas hay punto de la ciudad desde el cual no se divise esta mole iniciada en austero y tardío estilo gótico y terminada, ya en el siglo XV, con elementos manuelinos. Y en cuanto a “farta” (rica), Guarda lo es en queso, carnes, trigo y aguas cristalinas, que no es poco tener.

    A partir de Guarda, la Beira Alta hay que recorrerla sin prisas, por carreteras que ciñen a las laderas de la sierra y descubren cambiantes panoramas tras cada curva. Entre las masas de granito vagan rebaños de ovejas y cabras, y de tanto en tanto aparecen pueblos a veces plantados como retablos en pendientes que se antojarían inaccesibles, a veces encajonados en valles verdes al resguardo de los roquedales.

    En la misma vertiente que Guarda, Celorico da Beira no llega a sus 1.000 metros, pero poco le falta. Lo que sí tiene es un castillo imponente, desde el que se contempla el enrevesado casco antiguo apiñado a sus pies, y una de las más hermosas panorámicas de la zona. No sólo hermosa, porque este abrupto relieve atrae a miles de aficionados a los deportes de riesgo: allí se celebra cada verano una de las competiciones de parapente más multitudinarias de Portugal.

    Pero Celorico debe su fama, sobre todo, a que es cuna del mejor queso del mundo. Lo dicen los lugareños, y sus razones tienen: este “queijo da Serra” encierra bajo su corteza consistente una pasta primorosa; si está en sazón, y quién pueda pagar su alto precio y lo pruebe, puede presumir de haber alcanzado una gloria gastronómica.

    Sierra adentro, Gouveia es un buen ejemplo de ciudad hecha a medida humana que ha ganado el título de Ciudad Jardín por sus frondosos parques públicos. Muy cerca está Seia, centro deportivo en verano gracias a las playas de los rios que la rodean, y lugar de cita en invierno para los escaladores. El castillo, la iglesia románica y su famosa fuente de los Cuatro Chorros realzan el interés de esta pequeña ciudad.

    Pero el corazón de la sierra es Mantengas, que reúne el mayor número de monumentos religiosos de la región. Aunque el más curioso, la Casa das Obras, es civil. Su nombre lo debe a que iniciada en 1770, no se acabó hasta mediados del siglo XIX, Se tomaron su tiempo, pero dejaron un edificio de medidas imponentes y estancias majestuosas.
    A dos kilómetros está Caldas de Mantengas, una de las mejores estaciones termales de Portugal.

    Antes de volver a Guarda, hay que acercarse a Covilhâ, la ciudad más próxima al gran centro invernal de la sierra. No sólo por visitar la capilla románica de Sâo Martinho, que bien merece un viaje. También porque es uno de los núcleos más singulares de la artesanía portuguesa: aquí pueden encontrarse las vistosas mantas y alfombras hechas de trapos y las típicas casacas de pastor.

    Para los de buen yantar, en la cocina serrana destacan el “caldo de grao”, una reconfortante sopa hecha con judías, y el “bacalao â lagareiro”, quizá la manera más montañera de preparar el bacalao.

    Por la vida, ilis
    La vida, si no es una aventura excitante, no merece la pena ser vivida.
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