El valle del Oja, tierra de milagros y montañas

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    • 26 jul, 2005
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    • SANT PERE DE VILAMAJOR(Barcelona)

    El valle del Oja, tierra de milagros y montañas

    BASTA YA

    Sin movernos más de tres leguas, subiendo por el curso del río Oja, se puede degustar una porción del mejor Camino de Santiago para perderse luego por los recovecos de una sierra con vocación alpina. Si el viajero, además de la naturaleza, admira las cosas hechas por el hombre, podrá combinar la riqueza del románico, el gótico o el barroco con esa otra monumental arquitectura que es la popular serrana. Estamos en la Rioja, una tierra que habla por sí sola del buen comer y mejor beber.

    Por el camino que de Haro lleva a Santo Domingo de la Calzada se otea ya la enorme mole de San Lorenzo; aunque si se llega desde Logroño, conviene detenerse en Cañas, aunque solo sea por visitar la abadía cisterciense de las monjas bernardas.

    A Santo Domingo, los devotos de las comparaciones la llaman la “Compostela riojana”. Es ciudad del camino y ciudad principal. Así nació y en ello sigue. Debe su existencia a un santo heterodoxso. Domingo, que se hizo hombre de iglesia desbrozando el bosque a golpe de hoz, levantando el puente sobre el Oja, construyendo la calzada y poniendo en pie un hospital de peregrinos. De él y de su obra tomó la ciudad nombre y apellido.

    Santo Domingo está orgullosa de un pasado que el camino hace presente. Cuenta con la cofradía más antigua de la península y revive tradiciones como el desfile de las doncellas con su cesto sobre la cabeza durante las fiestas de mayo. La historia se enroca en una trama medieval salpicada salpicada de nobles edificios y perfectamente conservada al abrigo de la muralla.

    La catedral es su estandarte monumental. Románica en su origen, sustancialmente gótica y finalmente barroca en los setenta metros de su torre. Mucho es lo que alberga, pero llama especialmente la atención el “gallinero” frente al sepulcro del santo.

    Dicen que en “Santo Domingo de la Calzada, cantó la gallina después de asada”. Los milagros eran muy celebrados por los peregrinos; más cuando ponían en su sitio a los mesoneros. Cuentan que la hija de uno se encaprichó de un mancebo. Rechazada, puso una taza de plata en su zurrón para denunciarlo a las autoridades. El joven fue a la horca. Su madre quiso ver el lugar donde fuera ahorcado y lo encontró pendiente de la cuerda. Le contó que Domingo le había salvado la vida. Los padres acudieron a dar la noticia al corregidor. Entre chanzas, éste señaló que tanto vivía el desgraciado como el gallo y la gallina de su plato. Entonces ambos retornaron a la vida y la gallina cantó, para estupor de los presentes.

    Dejamos atrás Santo Domingo y sus milagros para remontar el río Oja . El paisaje entra en ebullición según subimos las estribaciones de La Demanda. Las laderas están cuajadas de bosque cerrado, mientras que a izquierda y derecha se abren pequeños y encajados valles.

    Dominando esta comarca está Ezcaray, que significa, y con razón, “peña alta”. Antes Ojacastro nos ofrece el aliciente de su rollo jurisdiccional, la iglesia y el caserío.

    Excaray multiplica por diez su población en los meses de verano; y en invierno ofrece la práctica de los deportes de nieve en la estación de Valdezcaray. La villa ha resistido bien la nueva vocación turística. De hecho, su principal encanto reside en el prodigioso muestrario de arquitectura serrana que conserva. En las fachadas domina el entramado de madera, y las calles se guarecen bajo acogedores soportales con pilares también de madera. Deambular la calle Mayor o la plaza de la Verdura siguiendo el rito de tomar algún vino es una experiencia más que aconsejable. Como lo es acercarse a la parroquia, templo gótico de porte guerrero que no niega la portada plateresca. Tiene un notable museo, buena muestra de retablos y la peculiar figura del “Cristo de los ajusticiados” patética imagen de un crucificado con cabeza rala y huella de horca en el cuello.

    Por si fuera poco, ya se dijo, el entorno de Ezcaray es una invitación permanente al paseo de corto o largo recorrido, ya sea motorizado o a pie. Abundan las aldeas, algunas, como Zorraquín o Valgañón, con buena arquitectura religiosa. Y está la montaña, esa aura alpina que todo lo domina.

    Por la vida, ilis
    La vida, si no es una aventura excitante, no merece la pena ser vivida.
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