BASTA YA
Campos escalonados entre paredes de piedra seca. Almendros, olivos y viñedos. Bosques de pinos. Olor a romero. El paisaje de la Terra Alta, áspero, de ardua humanización, parece que evite los verbos y convide a una contemplación tranquila, sino surgiesen como telón de fondo esas sierras salvajes con crestas de roca viva que configuran el macizo de Els Ports.
Todo indica que ésta no es comarca de vida fácil, sino más bien huraña. Sin embargo, como los personajes que representaba Humphrey Bogart en el cine, por poco que se escarbe bajo su dura fachada, se descubrirá un corazón de oro. Lejos de los parques temáticos en que se han convertido muchos destinos muy frecuentados, en las calles y montes de la Terra Alta todavía se escucha un latido propio.
Vista de lejos, más de uno situaría a la Terra Alta en los confines del mundo. Sin embargo, ha sido escenario de acontecimientos capitales, acontecimientos que no sólo dejaron profundas cicatrices en nuestro país, sino que superaron fronteras para entrar con mayúsculas en la historia y la cultura mundiales.
Los dos sucesos más vistosos, aunque de signo opuesto, todavía marcan su paisaje. Por un lado, Picasso creció como artista y asentó las bases del cubismo en su análisis del paisaje de Els Ports y los personajes de Horta de Sant Joan; por otro, en estos montes se libró la famosa batalla del Ebro, la última bocanada de una guerra civil que sirvió de campo de pruebas para la hecatombe que poco después sufriría el mundo.
Sólo para situarnos en el contexto de la guerra, tras dar la espalda al Ebro, basta con detenerse en Corbera d’Ebre. La villa, abanzadilla del frente republicano, fue duramente bombardeada, hasta el punto que se abandonó al término de la contienda. La vieja iglesia barroca, con su techumbre derrumbada y el campanario claramente afectado, sigue dominando las casas en ruinas de la antigua Corbera, situadas en la colina que se alza sobre el pueblo nuevo.
Al poco se alcanza Gandesa, capital de la comarca, donde los interesados en la historia podrán visitar la exposición que el Centre d’Estudis Batalla de l’Ebre tiene montada. En Gandesa también destaca la portada romántica de la iglesia arciprestal de la Asunción y la antigua prisión; por no hablar de sus vinos, motivo más que suficiente para abandonar cualquier contienda.
La bodega cooperativa es un buen lugar para conocerlos; pero también vale la pena el edificio modernista, construido en 1919 por César Martinell. Con un material tan básico como el ladrillo, el arquitecto, discípulo de Gaudí y especialista en bodegas, consiguió elevar columnas, enlazar nervios y aguantar bóvedas, hasta dotar al edificio de la suave liviandad de una tela hinchada.
También de Martinell es la bodega cooperativa de El Pinell de Brai otra visita obligada. Erigida entre 1918 y 1922, su estructura de tres naves se sostiene sobre arcos parabólicos de ladrillos, redondeados con la elegancia orgánica de un bosque de palmeras. Un friso de cerámica vidriada, obra del pintor Xavier Nogués, decora su fachada. Tocado por una gracia especial, Nogués cuenta la elaboración del aceite y el vino, y la culmina con un festivo banquete de cazadores.
Para hacerse merecedores de un ágape similar, hay que seguir la vía verde, practicable a píe, en bicicleta o a caballo, que sale de los aledaños de El Pinell de Brai. Discurre por la vía el tren que unía La Puebla de Híjar, en Teruel, con Tortosa. El extraño ferrocarril, con la mayoría de estaciones a kilómetros de los núcleos habitados, tardó cincuenta años en alcanzar un recorrido sensato, aunque nunca llegó a su meta final: Sant Carles de la Ràpita. Y todo el esfuerzo para que sólo funcionase treinta años.
La vía verde es una opción para llegar al santuario y balneario de la Fontcalda. Quien opte por el asfalto, lo alcanzará tras sufrir una tortuosa y estrecha carretera, bordeada de pinos, cipreses y precipicios. Una vez allí, la bella ermita pierde importancia frente a las paredes calcáreas de alrededor, con estratos verticales y carrascas y enebros agarrándose donde pueden. Es un paisaje esencial, como de pintura china. Incluso no falta la maravilla de una cinta de agua en el fondo.
Desde la Fontcalda, un puente y un túnel devuelven a los campos de labor, con vides, almendros y olivos armónicamente ordenados. Por ellos se cruza el pequeño pueblo de Bot y se alcanza Horta de Sant Joan. Tras ella ya aparece la salvaje geología de Els Ports.
Horta de Sant Joan se encarama sobre una colina, y algunas calles tienen que superar duras pendientes bajo puentes y arcos. Cada rincón guarda un recuerdo de sabor medieval: aquí una ventana, allí un caserón, el adoquinado, el azul descostrado que envuelve una puerta……. Pórticos de piedra dorada, con robustas columnas, envuelven la fachada de la iglesia. Al lado, la antigua prisión se ha habilitado como sala de exposiciones; igual que un antiguo hospital, que hoy acoge el Centre Picasso, institución imprescindible en un pueblo que el genial pintor citaba a menudo. Sentenciando: “Todo lo que sé lo he aprendido en Horta”.
Picasso estuvo dos veces en Horta de Sant Joan. La primera en 1899, invitado por su amigo Manuel Pallarès, cuando el pintor contaba dieciséis años. La segunda, diez años más tarde, en compañía de su pareja Fernande Olivier. En esta visita Picasso comenzó el cubismo.
Su trabajo dio en Horta obras que figuran en los manuales de la pintura contemporánea, inspiradas en el paisaje y los personajes, pero descompuestos en volúmenes básicos. Algunos motivos que inspiraron los lienzos han desaparecido, pero permanecen otros como la respingona montaña de Santa Bàrbara, sobre el convento de Sant Salvador, o el mismo pueblo encaramado en la colina. Incluso hay parajes que parecen haberse adaptado a la obra del pintor. Basta dirigirse al convento de Sant Salvador para apreciarlos.
El paisaje aparece trazado por líneas básicas que definen volúmenes de colores pardos: el ábside de la iglesia, la figura de los chopos, la tierra de los campos. Al atardecer, la luz horizontal del sol pega en las hojas de las vides y los olivos y las hace brillar con luz propia. Una pista polvorienta (ruta de la vía verde) conduce desde Horta a Les Olles, donde se forman las pozas donde quitarse de encima el calor del verano.
Otra opción es dirigirse hacia Els Ports, (ruta de Els Estrets de Arnes) el mazizo que se eleva hasta alcanzar los 1.442 metros en el monte Caro. La pista parte al poco de tomar la carretera hacia Arnes, pueblo de estructura medieval y Ayuntamiento renacentista. Las impresionantes moles de las Roques de Benet parten la llanura.
Y, una tercera opción, sería hacer el recorrido por los puntos álgidos de la batalla del Ebro (ruta de la Paz) alcanzando las sierras del Pàndols y Cavalls, escenarios de cuentos episodios bélicos.
Por la vida, ilis
Campos escalonados entre paredes de piedra seca. Almendros, olivos y viñedos. Bosques de pinos. Olor a romero. El paisaje de la Terra Alta, áspero, de ardua humanización, parece que evite los verbos y convide a una contemplación tranquila, sino surgiesen como telón de fondo esas sierras salvajes con crestas de roca viva que configuran el macizo de Els Ports.
Todo indica que ésta no es comarca de vida fácil, sino más bien huraña. Sin embargo, como los personajes que representaba Humphrey Bogart en el cine, por poco que se escarbe bajo su dura fachada, se descubrirá un corazón de oro. Lejos de los parques temáticos en que se han convertido muchos destinos muy frecuentados, en las calles y montes de la Terra Alta todavía se escucha un latido propio.
Vista de lejos, más de uno situaría a la Terra Alta en los confines del mundo. Sin embargo, ha sido escenario de acontecimientos capitales, acontecimientos que no sólo dejaron profundas cicatrices en nuestro país, sino que superaron fronteras para entrar con mayúsculas en la historia y la cultura mundiales.
Los dos sucesos más vistosos, aunque de signo opuesto, todavía marcan su paisaje. Por un lado, Picasso creció como artista y asentó las bases del cubismo en su análisis del paisaje de Els Ports y los personajes de Horta de Sant Joan; por otro, en estos montes se libró la famosa batalla del Ebro, la última bocanada de una guerra civil que sirvió de campo de pruebas para la hecatombe que poco después sufriría el mundo.
Sólo para situarnos en el contexto de la guerra, tras dar la espalda al Ebro, basta con detenerse en Corbera d’Ebre. La villa, abanzadilla del frente republicano, fue duramente bombardeada, hasta el punto que se abandonó al término de la contienda. La vieja iglesia barroca, con su techumbre derrumbada y el campanario claramente afectado, sigue dominando las casas en ruinas de la antigua Corbera, situadas en la colina que se alza sobre el pueblo nuevo.
Al poco se alcanza Gandesa, capital de la comarca, donde los interesados en la historia podrán visitar la exposición que el Centre d’Estudis Batalla de l’Ebre tiene montada. En Gandesa también destaca la portada romántica de la iglesia arciprestal de la Asunción y la antigua prisión; por no hablar de sus vinos, motivo más que suficiente para abandonar cualquier contienda.
La bodega cooperativa es un buen lugar para conocerlos; pero también vale la pena el edificio modernista, construido en 1919 por César Martinell. Con un material tan básico como el ladrillo, el arquitecto, discípulo de Gaudí y especialista en bodegas, consiguió elevar columnas, enlazar nervios y aguantar bóvedas, hasta dotar al edificio de la suave liviandad de una tela hinchada.
También de Martinell es la bodega cooperativa de El Pinell de Brai otra visita obligada. Erigida entre 1918 y 1922, su estructura de tres naves se sostiene sobre arcos parabólicos de ladrillos, redondeados con la elegancia orgánica de un bosque de palmeras. Un friso de cerámica vidriada, obra del pintor Xavier Nogués, decora su fachada. Tocado por una gracia especial, Nogués cuenta la elaboración del aceite y el vino, y la culmina con un festivo banquete de cazadores.
Para hacerse merecedores de un ágape similar, hay que seguir la vía verde, practicable a píe, en bicicleta o a caballo, que sale de los aledaños de El Pinell de Brai. Discurre por la vía el tren que unía La Puebla de Híjar, en Teruel, con Tortosa. El extraño ferrocarril, con la mayoría de estaciones a kilómetros de los núcleos habitados, tardó cincuenta años en alcanzar un recorrido sensato, aunque nunca llegó a su meta final: Sant Carles de la Ràpita. Y todo el esfuerzo para que sólo funcionase treinta años.
La vía verde es una opción para llegar al santuario y balneario de la Fontcalda. Quien opte por el asfalto, lo alcanzará tras sufrir una tortuosa y estrecha carretera, bordeada de pinos, cipreses y precipicios. Una vez allí, la bella ermita pierde importancia frente a las paredes calcáreas de alrededor, con estratos verticales y carrascas y enebros agarrándose donde pueden. Es un paisaje esencial, como de pintura china. Incluso no falta la maravilla de una cinta de agua en el fondo.
Desde la Fontcalda, un puente y un túnel devuelven a los campos de labor, con vides, almendros y olivos armónicamente ordenados. Por ellos se cruza el pequeño pueblo de Bot y se alcanza Horta de Sant Joan. Tras ella ya aparece la salvaje geología de Els Ports.
Horta de Sant Joan se encarama sobre una colina, y algunas calles tienen que superar duras pendientes bajo puentes y arcos. Cada rincón guarda un recuerdo de sabor medieval: aquí una ventana, allí un caserón, el adoquinado, el azul descostrado que envuelve una puerta……. Pórticos de piedra dorada, con robustas columnas, envuelven la fachada de la iglesia. Al lado, la antigua prisión se ha habilitado como sala de exposiciones; igual que un antiguo hospital, que hoy acoge el Centre Picasso, institución imprescindible en un pueblo que el genial pintor citaba a menudo. Sentenciando: “Todo lo que sé lo he aprendido en Horta”.
Picasso estuvo dos veces en Horta de Sant Joan. La primera en 1899, invitado por su amigo Manuel Pallarès, cuando el pintor contaba dieciséis años. La segunda, diez años más tarde, en compañía de su pareja Fernande Olivier. En esta visita Picasso comenzó el cubismo.
Su trabajo dio en Horta obras que figuran en los manuales de la pintura contemporánea, inspiradas en el paisaje y los personajes, pero descompuestos en volúmenes básicos. Algunos motivos que inspiraron los lienzos han desaparecido, pero permanecen otros como la respingona montaña de Santa Bàrbara, sobre el convento de Sant Salvador, o el mismo pueblo encaramado en la colina. Incluso hay parajes que parecen haberse adaptado a la obra del pintor. Basta dirigirse al convento de Sant Salvador para apreciarlos.
El paisaje aparece trazado por líneas básicas que definen volúmenes de colores pardos: el ábside de la iglesia, la figura de los chopos, la tierra de los campos. Al atardecer, la luz horizontal del sol pega en las hojas de las vides y los olivos y las hace brillar con luz propia. Una pista polvorienta (ruta de la vía verde) conduce desde Horta a Les Olles, donde se forman las pozas donde quitarse de encima el calor del verano.
Otra opción es dirigirse hacia Els Ports, (ruta de Els Estrets de Arnes) el mazizo que se eleva hasta alcanzar los 1.442 metros en el monte Caro. La pista parte al poco de tomar la carretera hacia Arnes, pueblo de estructura medieval y Ayuntamiento renacentista. Las impresionantes moles de las Roques de Benet parten la llanura.
Y, una tercera opción, sería hacer el recorrido por los puntos álgidos de la batalla del Ebro (ruta de la Paz) alcanzando las sierras del Pàndols y Cavalls, escenarios de cuentos episodios bélicos.
Por la vida, ilis
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