Sepúlveda

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  • ilis
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    • 26 jul, 2005
    • 2421
    • SANT PERE DE VILAMAJOR(Barcelona)

    Sepúlveda

    BASTA YA

    Para ver mejor Sepúlveda, hay que encaminar los pasos desde la plaza Mayor hacia las alturas, allá donde está la iglesia de la Virgen de la Peña. Por el camino, a lo largo de la calle Barbacana, va apareciendo la más pura acuarela de un paisaje de pueblo castellano, con montes y río al fondo. Pero todavía es pronto para apreciar la totalidad del conjunto.

    Después de pasar a través de la puerta del Azogue, o Acce Homo, en plena calle de los Santos Justo y Pastor, aparecen a mano izquierda un par de caserones con fachadas de muy antigua hidalguía. Uno es el palacete del Moro, nombre que recibe por la cabeza cortada de un alcaide musulmán representada y adherida en la parte superior de la portada. La otra casona es la de las Conchas; sólo tiene cinco en su fachada, pero sus tamaños son tan extraordinarios, que miedo da sólo de pensar en el almejón de piedra que un día llevaron dentro.

    Mientras se continua la ascensión, se buscan las mejores vistas del pueblo. Alguna de ellas aparece allá abajo, a mano derecha, donde un puñado de casas se cuelga y desparrama por las terrazas naturales que han labrado estos terrenos verdes y pardos.

    Por fin se llega al santuario de la Virgen de la Peña. Por la vidriera del templo penetra un rayo de sol que rompe la oscuridad, a la vez que se rasga con las puntas de lanza de la verja que encierra el altar mayor. La luz llega sesgada, pero suficiente para encender los colores del retablo barroco.

    Fuera, a la iglesia la rodea un río que forma aquí un largo codo entre dos cantiles. El Durantón empieza a sentir en sus aguas los primeros síntomas del mareo que, un poco más abajo, le provocarán las hoces.

    Pero para observar mejor la verbena de curvas encañonadas que el río describe, es necesario regresar al meollo del pueblo y tomar la carretera hacia los meandros. En el descenso hay que detenerse ante la casa de las Cofradías. Desde aquí, se observa el abismo rural de Sepúlveda, el despeñadero con los fondos de las barrancas.

    Y de nuevo otra parada gozosa cuando, en el paseo por los desniveles de Sepúlveda, te ves encerrado entre callejas de suelo impetuoso y paredes calmadas. Desde el umbral de la iglesia de El Salvador se observan los tejados de las casas y los lomos de la iglesia de los Santos Justo y Pastor.

    En la plaza Mayor, un irregular rectángulo con soportales aquí y allá, unos viejos están reunidos en torno a un ovillo de palabras. Algunos de sus rumores se van fachada arriba del Ayuntamiento, para parlamentar con las cigüeñas que anidan en la torre campanario adosada al edificio.

    Desde la plaza hay que internarse en el laberinto que forma el intestino delgado y medieval de Sepúlveda, hasta que el reloj de sol advierte que la tarde puede acabarse sin haber probado las magras más auténticas del río Durantón. Así pues, hay que encaminarse sin más hacia la ermita de San Frutos, a una veinte de kilómetros de Sepúlveda. El templo románico dedicado al santo anacoreta patrón de Segovia, es un excelente mirador para contemplar el río ya en pleno soponcio sinuoso, con sus hoces y sus cañones aprovechando hasta la última gota de la soberbia Castilla.

    El crepúsculo se estampa tras las espadañas de San Frutos. A esta hora, los círculos de aire que provocan en el agua del río los barbos y las carpas se oscurecen, los buitres recogen el vuelo en los acantilados y los corderos segovianos, cuya propia salsa engrasará mañana los fogones de Sepúlveda, acaban de pacer la hierba.

    De regreso, a la vuelta del último recodo, surge con nuevo vigor la belleza de Sepúlveda. Sobre escalones y terrazas, aparecen las filas de casas de varias plantas que son rectángulos puestos en pie con ventanas encendidas y colgados; oscuras fichas de dominó de puntos iluminados que pertenecen a un largo juego de historia, cautivo de las puertas del Durantón.

    La plaza está ahora casi vacía, pero pronto salen de sus casas hombres y mujeres francos de sueño y sin más intención que pasar el rato. Arriba, en el campanario, las cigüeñas duermen sobre una pata. Tanta paz puede producir adicción.

    Por la vida, ilis
    La vida, si no es una aventura excitante, no merece la pena ser vivida.
  • rodriz
    Usuario
    • 7 mar, 2009
    • 1217
    • Cullera

    #2
    Para completar, tendrás que bañarte en la fuente de la salud. Agua dura, caliza, limpia, con tonos azulados y una temperatura, durante todo el año, de 18º.

    Comentario

    • ilis
      Usuario
      • 26 jul, 2005
      • 2421
      • SANT PERE DE VILAMAJOR(Barcelona)

      #3
      Originalmente publicado por rodriz
      Para completar, tendrás que bañarte en la fuente de la salud. Agua dura, caliza, limpia, con tonos azulados y una temperatura, durante todo el año, de 18º.
      BASTA YA

      RODRIIIIZ, pos eso nos lo perdimos, así que ya tenemos escusa para regresar.

      Gracias por la aportación.

      Por la vida, ilis
      La vida, si no es una aventura excitante, no merece la pena ser vivida.

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      • willybetis

        #4
        Ya echaba de menos estos relatos ilis , BASTA YA de que te los quedes para ti solo , gracias por compartirlo .

        un saludo desde Serva la bari .

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        • SGA
          Usuario
          • 31 ago, 2010
          • 261
          • Laguna de Duero

          #5
          Qué bonito!

          Lo leo, lo releo, lo vuelvo a leer y me encuentro flotando alrrededor de lo escrito. ¡Qué suave, qué redondo, qué bonito!. Me gusta cuando escribes...

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