El norte de Mull
Día 32 (jueves)
Ardnamurchan Point – Tobermory (Mull) – Kilmore Standing Stones (Mull) – Calgary Bay (Mull) – Killiechronan (Mull)
Recorrido día: 59 km (Total acumulado : 3378 km)
Ardnamurchan Point – B8007 – Kilchoan – Ferry – Tobermory – B8073 – Kilmore Standing Stones – B8073 – Calgary Bay – B8073 – Killiechronan
Otra pernocta estupenda. La tranquilidad de estos lugares es todo un lujo. Después de desayunar, salimos con la intención de subir a lo alto del faro. Pero el precio nos parece elevado (16 £) y, además, ya no hay plazas para la primera visita. Tendríamos que esperar hasta la de las 11:00.
Entre una cosa y otra, decidimos dar una vuelta y acercarnos después hasta Kilchoan, con el tiempo suficiente para coger el ferry a la isla de Mull. Sale a las 11:40 y, aunque no estamos lejos, la duración de la visita al faro nos obligaría a coger el ferry de la tarde.
El ferry de Kilchoan es uno de los más pequeños que hemos cogido y, sin duda, el que peor embarque tiene. La rampa de la terminal, que baja hasta el agua, tiene una pendiente mayor de lo habitual (del estilo de las que suele haber en los puertos pesqueros para el botado de embarcaciones) y la rampa elevadiza del ferry se posa directamente sobre ella, formando un ángulo bastante puñetero. Afortunadamente, los empleados me van indicando la maniobra, muy lentamente y agachándose para asegurarse que los bajos traseros no rocen el suelo al pasar de una rampa a otra y cambiar el ángulo de mi trayectoria. Lo hacen eficientemente y no toco el suelo. Pero, por sus gestos, diría que no me faltó mucho.
Completada la maniobra con éxito, pago el trayecto a bordo del propio ferry. Al estilo noruego. Cuando voy a pagar, el cobrador me pregunta por el viaje de vuelta. Al parecer hay descuentos si se contrata ida y vuelta. Tanto si se vuelve por aquí, como si se combina con el ferry de Craignure a Oban. Ambos de la misma compañía. Sin embargo, cuando le digo que saldremos de Mull desde Fishnish, me cobra solo ida. A pesar de que esa línea la hacen también ellos, debe de estar subvencionada y no entra en esas combinaciones. Aún así, resulta mucho más barata.
Nos despedimos de Ardnamurchan y de su verde relieve. También del castillo cuyas ruinas se alzan en la orilla y que, en otro tiempo, defendería la entrada al loch Sunart. Pero la travesía es muy corta (35 minutos) y, en seguida, nuestras miradas se dirigen hacia la costa de nuestro próximo objetivo. La isla de Mull es una de las más visitadas de Escocia y guarda algunos de sus mayores tesoros, naturales (Staffa) y culturales (Iona). Nadie lo diría, viendo el modesto ferry que nos lleva hasta allí, pero ya sabemos que eso es engañoso. No somos muchos los que elegimos esta vía de entrada. La gran mayoría accede desde Oban, mucho más cercano a las principales ciudades escocesas.
Enseguida, pasamos junto al faro y doblamos el peñón tras el que se esconde Tobermory, capital de Mull, cuya figura se va abriendo ante nosotros. La intensa luz solar de ahora mismo, nos brinda una estupenda imagen de su puerto, a lo largo del cual se alinean las casas pintadas de distintos colores.
Desembarcamos y aparcamos la AC en un hueco que encontramos en la propia calle del puerto, casi en la misma salida de la terminal. Hemos tenido mucha suerte, porque no parece que sea fácil encontrar sitio libre. No al menos en un lugar tan céntrico.
Damos un paseo de reconocimiento y nos gusta lo que vemos. Quitando la propia Edimburgo, posiblemente ésta sea la población que más nos ha gustado. Hay ambiente en la calle, pero no resulta masificada. Y las pintorescas casas están ocupadas mayormente por tiendas y negocios habituales en cualquier pueblo con vida: el banco, el supermercado, la cafetería, la peluquería, la librería, la tienda de juguetes o la tienda de aparejos para pescadores. No está abarrotada de las típicas tiendas de souvenirs características de muchos lugares turísticos.
También aprovechamos para hacer la compra en el supermercado y para sacar libras en el cajero del Clydesdale Bank. Me sorprenden los billetes. No son las libras que conocemos, sino que son billetes del propio banco. Si me los hubieran dado en la calle habría pensado que eran falsos. Sacamos 200 £ y me cobran una comisión de 0,9 €, además de ofrecerme un tipo de cambio casi idéntico al obtenido en Bilbao. Vamos que me reafirmo en que no merece la pena ir cargado con mucho dinero desde casa. Por esas comisiones, lo vamos sacando según lo necesitamos.
Entre pitos y flautas nos han dado las 14:00. Bonita hora para comer. Y qué mejor manera que hacerlo que en el puerto, bajo la coqueta torre del reloj, que alguien erigió en honor a su hermana. Nos ponemos a la cola del concurrido puesto de Fish & Chips y acabamos eligiendo nuestros platos entre una insospechada variedad de posibilidades. La verdad es que no sabríamos decir qué tenían la mayoría de ellas. De hecho, solo me atrevo a asegurar que lo escogido tiene fish y chips. Ignoro por completo el tipo de pescado de que se trate. Tampoco importa mucho. Está muy bueno y lo comemos a gusto, mientras vemos llegar a un nutrido grupo de jóvenes que, a juzgar por sus mochilas y por el andar reventado de algunos, están realizando alguna ruta de varios días.
Para rematar una comida así, acabamos dirigiéndonos a un agradable café-degustación, donde tomamos un rico café y unos deliciosos pasteles con chocolate. Después de esto, volvemos satisfechos a la AC. De camino, no podemos evitar la tentación de e¬ntrar en la tienda de juguetes. De allí salimos con un bonito puzzle de Tobermory visto desde el mar.
Día 32 (jueves)
Ardnamurchan Point – Tobermory (Mull) – Kilmore Standing Stones (Mull) – Calgary Bay (Mull) – Killiechronan (Mull)
Recorrido día: 59 km (Total acumulado : 3378 km)
Ardnamurchan Point – B8007 – Kilchoan – Ferry – Tobermory – B8073 – Kilmore Standing Stones – B8073 – Calgary Bay – B8073 – Killiechronan
Otra pernocta estupenda. La tranquilidad de estos lugares es todo un lujo. Después de desayunar, salimos con la intención de subir a lo alto del faro. Pero el precio nos parece elevado (16 £) y, además, ya no hay plazas para la primera visita. Tendríamos que esperar hasta la de las 11:00.
Entre una cosa y otra, decidimos dar una vuelta y acercarnos después hasta Kilchoan, con el tiempo suficiente para coger el ferry a la isla de Mull. Sale a las 11:40 y, aunque no estamos lejos, la duración de la visita al faro nos obligaría a coger el ferry de la tarde.
El ferry de Kilchoan es uno de los más pequeños que hemos cogido y, sin duda, el que peor embarque tiene. La rampa de la terminal, que baja hasta el agua, tiene una pendiente mayor de lo habitual (del estilo de las que suele haber en los puertos pesqueros para el botado de embarcaciones) y la rampa elevadiza del ferry se posa directamente sobre ella, formando un ángulo bastante puñetero. Afortunadamente, los empleados me van indicando la maniobra, muy lentamente y agachándose para asegurarse que los bajos traseros no rocen el suelo al pasar de una rampa a otra y cambiar el ángulo de mi trayectoria. Lo hacen eficientemente y no toco el suelo. Pero, por sus gestos, diría que no me faltó mucho.
Completada la maniobra con éxito, pago el trayecto a bordo del propio ferry. Al estilo noruego. Cuando voy a pagar, el cobrador me pregunta por el viaje de vuelta. Al parecer hay descuentos si se contrata ida y vuelta. Tanto si se vuelve por aquí, como si se combina con el ferry de Craignure a Oban. Ambos de la misma compañía. Sin embargo, cuando le digo que saldremos de Mull desde Fishnish, me cobra solo ida. A pesar de que esa línea la hacen también ellos, debe de estar subvencionada y no entra en esas combinaciones. Aún así, resulta mucho más barata.
Nos despedimos de Ardnamurchan y de su verde relieve. También del castillo cuyas ruinas se alzan en la orilla y que, en otro tiempo, defendería la entrada al loch Sunart. Pero la travesía es muy corta (35 minutos) y, en seguida, nuestras miradas se dirigen hacia la costa de nuestro próximo objetivo. La isla de Mull es una de las más visitadas de Escocia y guarda algunos de sus mayores tesoros, naturales (Staffa) y culturales (Iona). Nadie lo diría, viendo el modesto ferry que nos lleva hasta allí, pero ya sabemos que eso es engañoso. No somos muchos los que elegimos esta vía de entrada. La gran mayoría accede desde Oban, mucho más cercano a las principales ciudades escocesas.
Enseguida, pasamos junto al faro y doblamos el peñón tras el que se esconde Tobermory, capital de Mull, cuya figura se va abriendo ante nosotros. La intensa luz solar de ahora mismo, nos brinda una estupenda imagen de su puerto, a lo largo del cual se alinean las casas pintadas de distintos colores.
Desembarcamos y aparcamos la AC en un hueco que encontramos en la propia calle del puerto, casi en la misma salida de la terminal. Hemos tenido mucha suerte, porque no parece que sea fácil encontrar sitio libre. No al menos en un lugar tan céntrico.
Damos un paseo de reconocimiento y nos gusta lo que vemos. Quitando la propia Edimburgo, posiblemente ésta sea la población que más nos ha gustado. Hay ambiente en la calle, pero no resulta masificada. Y las pintorescas casas están ocupadas mayormente por tiendas y negocios habituales en cualquier pueblo con vida: el banco, el supermercado, la cafetería, la peluquería, la librería, la tienda de juguetes o la tienda de aparejos para pescadores. No está abarrotada de las típicas tiendas de souvenirs características de muchos lugares turísticos.
También aprovechamos para hacer la compra en el supermercado y para sacar libras en el cajero del Clydesdale Bank. Me sorprenden los billetes. No son las libras que conocemos, sino que son billetes del propio banco. Si me los hubieran dado en la calle habría pensado que eran falsos. Sacamos 200 £ y me cobran una comisión de 0,9 €, además de ofrecerme un tipo de cambio casi idéntico al obtenido en Bilbao. Vamos que me reafirmo en que no merece la pena ir cargado con mucho dinero desde casa. Por esas comisiones, lo vamos sacando según lo necesitamos.
Entre pitos y flautas nos han dado las 14:00. Bonita hora para comer. Y qué mejor manera que hacerlo que en el puerto, bajo la coqueta torre del reloj, que alguien erigió en honor a su hermana. Nos ponemos a la cola del concurrido puesto de Fish & Chips y acabamos eligiendo nuestros platos entre una insospechada variedad de posibilidades. La verdad es que no sabríamos decir qué tenían la mayoría de ellas. De hecho, solo me atrevo a asegurar que lo escogido tiene fish y chips. Ignoro por completo el tipo de pescado de que se trate. Tampoco importa mucho. Está muy bueno y lo comemos a gusto, mientras vemos llegar a un nutrido grupo de jóvenes que, a juzgar por sus mochilas y por el andar reventado de algunos, están realizando alguna ruta de varios días.
Para rematar una comida así, acabamos dirigiéndonos a un agradable café-degustación, donde tomamos un rico café y unos deliciosos pasteles con chocolate. Después de esto, volvemos satisfechos a la AC. De camino, no podemos evitar la tentación de e¬ntrar en la tienda de juguetes. De allí salimos con un bonito puzzle de Tobermory visto desde el mar.
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