BASTA YA
Se dice que el Parque natural de Redes es la zona con más horas de sol de toda Asturias. Una explosión de luz que siempre es de agradecer en este Principado donde el verde y el gris son colores predominantes. Ni siquiera el sol quiere perderse la contemplación de este exuberante paisaje de la montaña asturiana, a caballo entre los concejos de Caso y Sobrescobio.
No hace mucho tiempo el sol y las nubes presumían de ser los únicos que conseguían acceder a las cumbres del lugar. La abrupta orografía del terreno había frenado al hombre y favorecido el asentamiento de una fauna única, así como la proliferación de especies vegetales autóctonas. La declaración como parque natural, en 1996, ha supuesto un espaldarazo a la conservación de su magnífico entorno.
Casi el ochenta por ciento de los más de 370 kilómetros cuadrados que forman el parque se sitúan por encima de los 800 metros. Las cotas más altas las encontramos en los picos Torres (2.104 m.) y Rapaína (2.022 m.). Sobre estas cimas de roca caliza y pizarra se posan águilas reales y alimoches para mirar altivos el tesoro que hay a sus píes: los famosos bosques de hayas y robles de Redes.
También hay vegas y valles por los que corretean rebecos, lobos, zorros, corzos, gatos monteses, venados, jabalíes, algún oso pardo que a veces atraviesa el parque y cientos de afanosas nutrias en ríos como el Nalón y el Monasterio. Son éstos unos parajes que los pastores conquistaron levantando cabañas de piedra, brañas y pueblecitos en las partes más llanas.
Por senderos y montes caminan hoy los amantes de la montaña, y a su paso dejan atrás cabañas que los pastores han vendido a seres solitarios en busca de refugio, así como cuevas y valles secretos donde, seguro, todavía se ocultan “cuélebres” (serpientes gigantes de la mitología asturiana que viven en grutas junto a las mujeres que secuestran), “trasgus” (duendes burlones) y “xanas” (hadas que habitan cerca de los ríos).
Los hayedos, ríos y montes de Redes también sirvieron de escondite a los maquis, aquellos guerrilleros que vivieron refugiados en las montañas después de la guerra civil, una contienda que acabó con la arquitectura tradicional en bastantes pueblos del parque. En total hay veintiséis: veintidós en el concejo de Caso y cuatro en Sobrescobio.
Por suerte, sobrevivieron algunos núcleos especialmente bellos. Como Orlé, donde el tiempose quedó dormido en sus casas de piedra gris y teja roja; como Pieres, un lugar donde la carretera se canso de crecer, o como Soto de Caso (escenario de la película “Adiós Cordera”) un pueblo de piedra y madera donde se conservan hórreos antiguos con más de 400 años.
Pero todos estos pueblos, bellos y añejos, se quedan impotentes ante la grandeza de Brañagallones. Esta vega de origen glaciar y belleza indiscutible es la reina de Redes. Situada en la zona de máxima protección del parque, a ella sólo se llega caminando o en bicicleta, por una ruta que parte de Bezanes y que, cuaesta arriba por una pista de tierra, alcanza este fin del mundo asturiano.
La estampa de Brañagallones excita a cuantos la conquistan. Al ver este circo de montañas que protege praderas sembradas de cabañas, uno se siente pequeño. Suena a exageración bucólica, pero no. Brañagallones es un entorno para ojos privilegiados, accesibles a todo ser ávido de belleza y a mano de cualquier caminante paciente. Eso sí, que no sueñe con retirarse del mundanal ruido aislándose de alguna de estas cabañas que enamoran: están tan protegidas como demandadas.
Brañagallones es una palabra compuesta. Viene de “braña”, aldea donde vivian los vaqueiros (ganaderos de montaña rechazados por la sociedad) y “gallones”, nombre asturiano de los urogallos, aves en peligro de extinción que, justamente, tienen su mayor colonia en esta vega.
Resulta casi imposible ver un urogallo, pero si se puede escuchar su canto durante el otoño, cuando se pone en celo. Más fácil resulta ver un rebeco cantábrico. El olfato avisa al detectar el almizcle, efluvio que desprende el liquido con el que los rebecos marcan su territorio, y en este parque reside la mayor reserva de toda Europa. También en otoño, los rebecos, entonando a coro el escalofriante llanto de la berrea, se une al chillido de los urogallos.
Otro sonido que los lugareños juran haber escuchado alguna noche es la voz del cárabo, un ave rapaz nocturna que en Asturias llaman “coruxu”; dicen que su canto anuncia la muerte de alguien. Todos son sonidos de montaña, avisos de la naturaleza que se mezclan con olores y colores. Porque Redes huele a almizcle, a humedad y frescura de un campo dende mil tonos de verde conviven con las típicas vacas pardas casinas, de naturaleza robusta y apta para la vida en la montaña.
Estas vacas dan una leche rica en grasas con la que se elabora el queso casín, pastoso y de sabor fuerte, a veces hasta picante. Hoy en día es difícil encontrarlo lejos de estos montes. Su receta data de la Edad Media, y desde entonces se ha transmitido de padres a hijos. El secreto ha llegado hasta nuestros días acompañado por otros secretos gastronómicos, como los “suspiros del Nalón” (pastas de huevo y mantequilla) o la miel. Las colmenas conviven con las cabañas en los rincones más insospechados del parque; y es que Redes también hele a brezo, flor con la que las abejas elaboran su preciado dulce.
El parque guarda más sorpresas, como el nacimiento del Nalón, en la Fuente la Nalona del puerto de Tarna. El río, en su peregrinar hacia el mar, da forma a profundos desfiladeros. Otros menos importantes nutren su caudal: el Monasterio, el Caleao o el Ablanosa, al que vierte aguas el Mongallo, propietario de la cascada conocida como el Taballón del Mongallo. Para disfrutarla hay que llegar hasta el puerto de Tarna y coger el camino (duro pero gratificante y espectacular) que se forma en la vega del río.
Lo bueno de Redes es que está al alcance de todos, sean montañeros o sibaritas amigos de llegar en coche a todos los rincones. Unos y otros encontrarán su lugar porque en Redes no hay peligro de decepción.
Por la vida, ilis
Se dice que el Parque natural de Redes es la zona con más horas de sol de toda Asturias. Una explosión de luz que siempre es de agradecer en este Principado donde el verde y el gris son colores predominantes. Ni siquiera el sol quiere perderse la contemplación de este exuberante paisaje de la montaña asturiana, a caballo entre los concejos de Caso y Sobrescobio.
No hace mucho tiempo el sol y las nubes presumían de ser los únicos que conseguían acceder a las cumbres del lugar. La abrupta orografía del terreno había frenado al hombre y favorecido el asentamiento de una fauna única, así como la proliferación de especies vegetales autóctonas. La declaración como parque natural, en 1996, ha supuesto un espaldarazo a la conservación de su magnífico entorno.
Casi el ochenta por ciento de los más de 370 kilómetros cuadrados que forman el parque se sitúan por encima de los 800 metros. Las cotas más altas las encontramos en los picos Torres (2.104 m.) y Rapaína (2.022 m.). Sobre estas cimas de roca caliza y pizarra se posan águilas reales y alimoches para mirar altivos el tesoro que hay a sus píes: los famosos bosques de hayas y robles de Redes.
También hay vegas y valles por los que corretean rebecos, lobos, zorros, corzos, gatos monteses, venados, jabalíes, algún oso pardo que a veces atraviesa el parque y cientos de afanosas nutrias en ríos como el Nalón y el Monasterio. Son éstos unos parajes que los pastores conquistaron levantando cabañas de piedra, brañas y pueblecitos en las partes más llanas.
Por senderos y montes caminan hoy los amantes de la montaña, y a su paso dejan atrás cabañas que los pastores han vendido a seres solitarios en busca de refugio, así como cuevas y valles secretos donde, seguro, todavía se ocultan “cuélebres” (serpientes gigantes de la mitología asturiana que viven en grutas junto a las mujeres que secuestran), “trasgus” (duendes burlones) y “xanas” (hadas que habitan cerca de los ríos).
Los hayedos, ríos y montes de Redes también sirvieron de escondite a los maquis, aquellos guerrilleros que vivieron refugiados en las montañas después de la guerra civil, una contienda que acabó con la arquitectura tradicional en bastantes pueblos del parque. En total hay veintiséis: veintidós en el concejo de Caso y cuatro en Sobrescobio.
Por suerte, sobrevivieron algunos núcleos especialmente bellos. Como Orlé, donde el tiempose quedó dormido en sus casas de piedra gris y teja roja; como Pieres, un lugar donde la carretera se canso de crecer, o como Soto de Caso (escenario de la película “Adiós Cordera”) un pueblo de piedra y madera donde se conservan hórreos antiguos con más de 400 años.
Pero todos estos pueblos, bellos y añejos, se quedan impotentes ante la grandeza de Brañagallones. Esta vega de origen glaciar y belleza indiscutible es la reina de Redes. Situada en la zona de máxima protección del parque, a ella sólo se llega caminando o en bicicleta, por una ruta que parte de Bezanes y que, cuaesta arriba por una pista de tierra, alcanza este fin del mundo asturiano.
La estampa de Brañagallones excita a cuantos la conquistan. Al ver este circo de montañas que protege praderas sembradas de cabañas, uno se siente pequeño. Suena a exageración bucólica, pero no. Brañagallones es un entorno para ojos privilegiados, accesibles a todo ser ávido de belleza y a mano de cualquier caminante paciente. Eso sí, que no sueñe con retirarse del mundanal ruido aislándose de alguna de estas cabañas que enamoran: están tan protegidas como demandadas.
Brañagallones es una palabra compuesta. Viene de “braña”, aldea donde vivian los vaqueiros (ganaderos de montaña rechazados por la sociedad) y “gallones”, nombre asturiano de los urogallos, aves en peligro de extinción que, justamente, tienen su mayor colonia en esta vega.
Resulta casi imposible ver un urogallo, pero si se puede escuchar su canto durante el otoño, cuando se pone en celo. Más fácil resulta ver un rebeco cantábrico. El olfato avisa al detectar el almizcle, efluvio que desprende el liquido con el que los rebecos marcan su territorio, y en este parque reside la mayor reserva de toda Europa. También en otoño, los rebecos, entonando a coro el escalofriante llanto de la berrea, se une al chillido de los urogallos.
Otro sonido que los lugareños juran haber escuchado alguna noche es la voz del cárabo, un ave rapaz nocturna que en Asturias llaman “coruxu”; dicen que su canto anuncia la muerte de alguien. Todos son sonidos de montaña, avisos de la naturaleza que se mezclan con olores y colores. Porque Redes huele a almizcle, a humedad y frescura de un campo dende mil tonos de verde conviven con las típicas vacas pardas casinas, de naturaleza robusta y apta para la vida en la montaña.
Estas vacas dan una leche rica en grasas con la que se elabora el queso casín, pastoso y de sabor fuerte, a veces hasta picante. Hoy en día es difícil encontrarlo lejos de estos montes. Su receta data de la Edad Media, y desde entonces se ha transmitido de padres a hijos. El secreto ha llegado hasta nuestros días acompañado por otros secretos gastronómicos, como los “suspiros del Nalón” (pastas de huevo y mantequilla) o la miel. Las colmenas conviven con las cabañas en los rincones más insospechados del parque; y es que Redes también hele a brezo, flor con la que las abejas elaboran su preciado dulce.
El parque guarda más sorpresas, como el nacimiento del Nalón, en la Fuente la Nalona del puerto de Tarna. El río, en su peregrinar hacia el mar, da forma a profundos desfiladeros. Otros menos importantes nutren su caudal: el Monasterio, el Caleao o el Ablanosa, al que vierte aguas el Mongallo, propietario de la cascada conocida como el Taballón del Mongallo. Para disfrutarla hay que llegar hasta el puerto de Tarna y coger el camino (duro pero gratificante y espectacular) que se forma en la vega del río.
Lo bueno de Redes es que está al alcance de todos, sean montañeros o sibaritas amigos de llegar en coche a todos los rincones. Unos y otros encontrarán su lugar porque en Redes no hay peligro de decepción.
Por la vida, ilis
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